lunes, 2 de agosto de 2010

Revolución Mexicana



Revolución Mexicana


En el largo periodo que el general Porfirio Díaz ocupó la Presidencia de la República se hicieron más evidentes y cruentas las abismales diferencias en riqueza, educación y bienestar entre la inmensa mayoría del pueblo y el reducido grupo que, al amparo del poder del gobierno porfirista, gozaba prácticamente de todos los privilegios, a costa de condenar a la miseria a esa mayoría ya harta de su pobreza e ignorancia.



Aunque la miseria corroía los cimientos de la sociedad mexicana, finalmente no afloraba de manera abierta debido a la ancestral sumisión y al control que las poderosas fuerzas locales mantenían sobre un pueblo hundido en la ignorancia.

Pero la falta de libertades políticas, que se traducía en la escasa posibilidad para las clases medias emergentes de ascender socialmente y tener acceso a los puestos de mando y la riqueza, fue abriendo paso a los reclamos y exigencias de éstas, hasta llegar al estallido de la violencia armada.

Precisamente fueron esas clases ilustradas, que contaban con la preparación y el conocimiento de la situación real del país, quienes plantearon la necesidad y después la exigencia de que se abrieran los cauces para tener la oportunidad de ocupar los puestos que ya de antiguo se encontraban en las mismas manos, ahora cansadas y viejas, de los beneficiarios de la paz porfiriana.

A raíz de que el propio general Porfirio Díaz expresara –en una famosa entrevista que le hiciera en 1908 el periodista norteamericano James Creelman- que México ya se encontraba preparado para la democracia, se comenzaron a formar clubes y partidos políticos con la esperanza de poder participar en la ya próxima contienda electoral, que imaginaron libre y abierta, y que tendría lugar en 1910.

Ante esa situación, había quienes consideraban que se debía actuar con prudencia y que, antes de que se diera un cambio total y radical en los altos puestos políticos, debería mantenerse como presidente al general Porfirio Díaz y cambiar únicamente al vicepresidente, quien debería aprender a gobernar, para que cuando faltara Díaz los cambios se dieran sin sobresaltos ni riesgos y el pueblo mexicano comenzara a gozar de una auténtica vida democrática.

Pero la idea del propio general Porfirio Díaz no coincidía con la de aquellos que habían creído en sus palabras, como Francisco I. Madero, quien se había dado a la tarea de recorrer el país promoviendo su candidatura a la presidencia, mediante la constitución del Partido Antirreeleccionista.

En junio de 1910 se llevaron a cabo unas elecciones nada democráticas. Madero había sido encarcelado previamente y Díaz resultó electo presidente para un nuevo periodo, el séptimo, ahora de seis años, acompañado de Ramón Corral como vicepresidente.

Como resultado, Madero proclamó el Plan de San Luis, en el que hizo un llamado a las armas, como parte de su denuncia contra unas elecciones fraudulentas. La revuelta debía estallar el 20 de noviembre y, ante este llamado, en muchas partes del país se levantaron grupos armados contra el gobierno porfirista.

Los hermanos Serdán, en la ciudad de Puebla, se encontrarían entre las primeras víctimas de la represión de las fuerzas federales, cuyos esfuerzos finalmente resultaron ineficaces para detener el movimiento revolucionario, al que se adhirieron personajes como Pascual Orozco y Francisco Villa, entre otros.

La revolución maderista se fue extendiendo por gran parte del país, teniendo al Norte como escenario de importantes triunfos, con lo que el ejercito porfirista, a pesar de que en el fondo permaneció casi intacto, fue derrotado.

Así, el general Porfirio Díaz se vio obligado a presentar su renuncia a la presidencia y tomar el camino del exilio, mediante la firma del Tratado de Ciudad Juárez, el 21 de mayo de 1911.

De esta manera, se puso punto final a una época de casi 34 años del ejercicio del poder unipersonal, para abrir paso, no sin dificultades y contradicciones, a otra etapa de la historia mexicana, en la que se trataría de hacer efectivo el lema maderista de "sufragio efectivo, no reelección".

Por lo pronto, como consecuencia del triunfo de la revolución maderista y la firma del Tratado de Ciudad Juárez, Francisco León de la Barra –quien fungía como ministro de Relaciones Exteriores-, asumió interinamente la Presidencia de la República, a fin de convocar a nuevas elecciones, en las que Francisco I. Madero resultaría investido presidente.

Desde el mismo momento en que triunfa la revolución convocada por Madero, se comienzan a generar problemas al interior del grupo revolucionario, lo que aunado a omisiones, errores y promesas no cumplidas, darían por resultado que la revolución no lograra avanzar y profundizar como deseaban sus iniciadores

Este periodo revolucionario culminó inclusive con el asesinato de su principal promotor, Francisco I. Madero, a quien se ha dado en llamar, con justicia, el "mártir de la democracia".

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